Ya está lejano el primer día que llegué a SORTARAZI. Un nuevo mundo se abría ante mis ojos.

Ya está lejano el primer día que llegué a SORTARAZI. Un nuevo mundo se abría ante mis ojos. Un mundo de mil colores y miles de lenguajes diferentes, con idiomas que no sabía ni que existiesen.

Pronto me encontré con el primer desafío: aprender a trabajar el cuero. Desde aquella primera bolsa de Judas pasé a trabajos que necesitaban costuras: carteras, tarjeteros, cinturones, llaveros, etc…

Bajo la atenta mirada de los educadores-ayudadores, que con su buen humor nos hacían más pasajera la mañana entre tijeras, agujas y sacabocados. Todo para culminarlo con el café de las doce. Un grupo variopinto donde se escuchaba el árabe, el bereber, el suajili y otras lenguas de las que no conozco ni el nombre. Los miércoles íbamos a la huerta comunal que había en la plaza del corazón de María, los jueves a “lectura fácil”, y los viernes hacíamos comidas de todas las partes del mundo, como si de un txoko internacionalista se tratara. La cooperación y el buen humor reinaban entre todos, y éramos un equipo multidisciplinar. Nos visitamos todos los museos de Bilbao, y todas las salas de exposiciones.

También había espacio para la cultura. SORTARAZI me sacó de la inactividad.

Joseba Castellano